Recuerdo la primera vez que intenté volar.

Me senté en el borde de un precipicio, con unas alas de papel atadas a mi espalda. Eran bastante endebles y, en el mejor de los casos, era un Ícaro.

Mucha gente tiene algo en contra de volar, pero creo... Creo que tal vez la gente simplemente tiene miedo de tocar el cielo. El riesgo es el peor enemigo del vuelo, la confusión su mayor freno (¿y si te caes? ¿Y si no sabes a dónde vas? ¿Está el sol realmente a tu alcance, o serás tú siguiente en caer?). A menudo, el mundo no conoce la diferencia entre volar y elevarse: uno sin el otro es perdición, uno con el otro da lugar a milagros.

¿Qué hay que temer de los milagros? Hay muchos en el aire.

Puedes olerlos después de que la lluvia haya dejado de caer, o de que mamá haya cocinando tu comida favorita. A veces, si te fijas bien en el espejo, también encontrarás uno.

El sol apenas se había despertado cuando decidí tocar las nubes, arrancando las manos que intentaban detenerme.

Ese día aprendí un par de cosas nuevas,

1. Hay una diferencia entre elevarse y volar

2. Ser un fantasma es un poco difícil

Los pájaros no desean el cielo, ya lo conocen. Supongamos que no volaba, labios quemados por la insensatez ardiente. Algo tiene el dolor que te devora, que convierte el cielo en un parásito para los que nunca aprendieron a volar.

Mi abuela a veces pasaba una mano por las escápulas de mi espalda, me decía que hace mucho tiempo, teníamos alas.

Desde entonces intento que me salgan plumas.

Ella está conmigo ahora, no te preocupes, somos fantasmas juntas.

En los días malos me enseña a peinar mis alas, en los buenos, me pregunta,

"¿Crees que alguna vez has tocado el cielo?"

Y pasa una mano por los mechones de plumas fantasmales de mi espalda.

"No" le respondo sin falla.

"Está bien."

"Debería haber aprendido a volar primero.”

Y entonces ella sacude la cabeza y limpia un par de lágrimas de mis ojos.

“Esta bien,” repite siempre. “Así es como nacen los ángeles.”

I remember the first time I tried to fly.

I sat on the edge of a cliff, with paper wings strapped to my back. They were quite flimsy, and I was just an icarus at best.

A lot of people have something against flying, but I think…I think that maybe people are simply afraid to touch the sky. Risk is flying’s worst enemy, confusion it’s greatest deterrent (what if you fall? If you don’t know where you’re going? Is the sun actually within reach, or are you the next to plummet?). The world often does not know the difference between flying and soaring, one without the other is doom, one with the other results in miracles.

And what is there to fear from miracles? There are so many in the air.

You can smell them after the rain has stopped pouring, or after mom cooked your favorite meal. Sometimes, if you look hard enough into the mirror, you’ll find one there too.

The sun had hardly woken up when I decided to touch the clouds, tearing out of the hands that tried to stop me.

I learned a couple of new things that day,

1. There is a difference between soaring and flying

2. Being a phantom is a little hard

Birds do not long for the sky, they already know it. Suppose I was flightless, lips burnt from blazing foolishness. Something about hurt is that it eats you up, it renders the sky parasite to those who never learned to fly.

My grandmother would sometimes run a hand over the scapulas on my back,

she’d tell me that a long time ago, we had wings.

I’ve been trying to grow feathers ever since.

She is with me now, don’t worry, we are ghosts together.

On the bad days she helps me preen my wings, and on the good ones she asks me,

“Do you think you’ve ever soared?”

And she runs a gentle hand over the ghostly tufts on my back.

“No” I answer without fail.

“It’s alright.”

“I should have learned to fly first.”

And so she shakes her head and wipes a couple of tears from my eyes.

“It’s okay,” she always replies. “That is how angels are born.”